"El desconocimiento casi total del cine realizado en Japón por fuera del clásico triángulo integrado por Ozu, Mizoguchi y Kurosawa –ahora transformado en cuadrilátero con la incorporación tardía de Mikio Naruse- y de la lista de autores contemporáneos encabezada por Kitano continúa generando un equívoco habitual: pensar a una de las cinematografías industrialmente más sólidas, amplias y eclécticas del siglo XX como un pequeño nicho de exotismo oriental compuesto por un puñado de realizadores y títulos falsamente representativos. Es en ese sentido es destacado nombrar a una figura fundamental -y paradójica- del cine nipón de posguerra, para comenzar a iluminar ciertas zonas oscuras. Yasuzo Masumura es uno de los referentes ineludibles de la Nueva Ola cinematográfica de su país, no tanto como miembro de la élite integrada, entre otros, por Nagisa Oshima, Yoshishige Yoshida, Shohei Imamura y Masahiro Shinoda, sino como involuntario padre espiritual de un movimiento cuyas renovaciones estilísticas alterarían para siempre el rostro del cine japonés. Al mismo tiempo, esclavo de los últimos estertores del sistema de estudios de su país, un empleado que pasó toda su vida al servicio de una empresa, la Daiei, que lo llevaría a alternar films tan personales como atrevidos en su jugueteo con lo experimental con otros anclados en géneros populares y de moda. ¿Quién es, entonces, Masumura, cuyo debut como realizador hiciera exclamar al por entonces muy joven Oshima que "una poderosa e irresistible fuerza ha desembarcado en el cine japonés"?
Resulta claro que los cambios de estilo, tono y temática de su obra, que se acerca a los sesenta largometrajes hasta el momento de su muerte en 1986, forman parte importante de su personalidad cinematográfica. Pero, a diferencia de un realizador como Imamura –cuyos primeros films se ubicaban alevosamente en la vereda opuesta de los de su ex mentor Yasujiro Ozu-, fue precisamente el eclecticismo bien entendido el que le permitió a Masumura moverse como pez en el agua en diferentes medios, incluido el clasicismo cuando lo consideró necesario. Mientras la crítica joven y varios de los cineastas de la Nueva Ola atacaban por conservadores a veteranos como Ozu y Mizoguchi, Masumura declaraba que "la mayoría de los directores de cine sienten la necesidad de mantenerse a tono con las últimas modas, de montar la cresta de cada "nueva ola". Si la "modernización" es el estándar de la excelencia, entonces Mizoguchi se ubica al final de la lista. Su rígida abstinencia puede parecer pura estupidez para aquellos que valoran los beneficios de la occidentalización, pero es precisamente esta estupidez lo que lo llevó a él y a su cine hacia la verdad". Teniendo en cuenta que Masumura fue asistente de dirección de Mizoguchi en varias de sus películas de los años 50, la frase cobra especial relevancia en su pleno convencimiento de que la búsqueda personal de un camino no inhabilita necesariamente otros.
El acercamiento a los géneros configura otro bloque importante, tanto en cantidad como en calidad, dentro de la filmografía de Masumura. En Afraid to Die (Karakkaze yarô, 1960) un grupo de yakuzas es contratados para quebrar una huelga –la mafia, se entiende, no conoce de colores políticos- y un antihéroe de ley se enfrenta a sus ex socios mientras intenta escapar de las garras de un asesino a sueldo asmático. El personaje en cuestión es interpretado por el famoso escritor Yukio Mishima –en su único rol protagónico-, polo emisor de un nivel de machismo y violencia que, de tan extremo, deviene paródico -la escena en la cual intenta hacer abortar a su novia es antológica-, evitando así cualquier posibilidad de empatía con el espectador, corolario buscado conscientemente por el realizador. Masumura se aleja aquí por completo de su faceta clásica y procede a la desintegración sistemática de un género popular por el absurdo.
En Manji (1964) los dardos apuntan sobre los mecanismos del melodrama, pero nada que pueda contarse aquí dará una idea del nivel desorbitado de las pasiones que embargan a sus personajes. El guión, escrito por Kaneto Shindo, retrata la obsesión, por momentos platónica, por momentos abiertamente sexual, de una mujer casada por una bellísima joven, pero el film comienza a abrir nuevas puertas en cada escena de sus precisos y veloces noventa minutos. Bella y desopilante, trágica y disparatada, Manji es una verdadera obra maestra, uno de los mejores melodramas de la historia del cine, un lujo escondido a nuestros ojos durante demasiado tiempo. Vale la pena asomarse a la punta del iceberg Masumura."